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Iván Ibarra |
Queridos lectores, aquí me tienen de nuevo, esta vez les contaré de mi último viaje así que ahí va...



Cuando llegué a mi destino, comencé a transmitir por facebook mis primeras impresiones, maravillado por la experiencia tan aventurada que estaba viviendo en carne propia. Comencé después a conocer su gastronomía en los portales del centro histórico degustando los "panuchos" y la "sopa de lima". Después caminé, caminé y caminé hasta encontrarme con una pequeña capilla detrás de la catedral en donde se celebraba misa cristiana en el idioma inglés, quedando maravillado por aquél fenómeno tan fuera de lo común que hizo que erizara mi piel y humedeciera mis ojos ante aquél encanto fascinante.

Lo que pasó por mi mente, es que en México existe tanta inclusión a las minorías que a veces no nos damos cuenta de ello. Cosa que en otros países, lejos de hacerles un espacio, intentan exterminarles o atacarles por no ser o parecer al común social denominador.
Y así conocí muchas cosas que comúnmente un turista no conocería. Un mercado por ejemplo, un bar del que quedé maravillado por el tipo de música que tocaban; por los muchachos que bailaron en la barra (a veces no hay presupuesto jajaja).
He escuchado comentarios de la gente que va con alguna expectativa acerca del lugar y la verdad es que yo lo que les puedo decir es que si en verdad quieren atreverse a descubrir cualquier parte del mundo y tienen la posibilidad de hacerlo.
Ya de regreso, tomé muy temprano mi avión rumbo a mi segunda casa, Guadalajara. En donde corrí a deshacer la maleta y descansar un poco porque en unas horas más tendría que trabajar.
Hoy la vida me enseña un nuevo mundo,
una forma nueva de ver las cosas.
Miro al cielo, pienso...
Con las manos ya cargadas de experiencia,
mis suelas desgastadas de caminar,
observo, escucho, respiro... Sonrío!
Esta es mi vida, esta es mi historia.
Gracias Mérida, prometo volver.
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